CONTRA EL FATALISMO ECONÓMICO. (Pierre Bourdieu).
Revolución conservadora.
Debemos reconocer que estamos actualmente en un período de restauración
neo-conservadora. Pero esta revolución conservadora asume una forma
sin precedentes: no hay, como en tiempos anteriores, ningún intento
de invocar un pasado idealizado mediante la exaltación de la tierra,
la sangre, y los temas de las antiguas mitologías rurales. Es un
nuevo tipo de revolución conservadora que, para justificar su restauración
reclama una relación con el progreso, la razón y la ciencia –la
economía, en verdad–, y a partir de esto intenta relegar el pensamiento
y la acción progresiva a un estatus arcaico. Se erige como patrón
de normas para todas las prácticas, y por tanto como norma ideal,
el orden del mundo económico librado a su propia lógica: la ley
del mercado, la ley del más fuerte. Ratifica y jerarquiza la norma
de los llamados mercados financieros, el retorno a un tipo de capitalismo
radical que no responde a ninguna ley más que a la máxima ganancia;
un capitalismo sin tapujos, desenfrenado, que ha sido llevado hasta
el límite de su eficiencia económica por medio de las formas modernas
de conducción Management y las técnicas manipuladoras como la investigación
de mercado y las propagandas de venta y comercialización. El aspecto
engañoso de esta revolución conservadora es que, atrapada por todos
los signos de la modernidad, aparentemente no conserva nada de la
oscura pastoral de la Selva Negra, tan amada por los revolucionarios
de los años 30... Después de todo, viene de Chicago ¿no es así?...
Galileo dijo que el mundo natural está escrito en lenguaje matemático.
Actualmente, tratan de inventar que el mundo social está escrito
en lenguaje económico. Mediante el arma de las matemáticas –y también
del poder de los medios– el neoliberalismo se ha transformado en
la forma suprema de contraataque conservador, apareciendo durante
los últimos treinta años bajo la denominación de "el fin de la ideología"
o, mas recientemente, "el fin de la historia".
Fatalismo economicista.
Lo que se nos presenta como un horizonte imposible de superar por
el pensamiento –el fin de las utopías criticas– no es nada más que
un fatalismo economicista, que puede criticarse en los términos
empleados por Ernst Bloch en El espíritu de la utopía dirigiéndose
al economicismo y fatalismo que pueden encontrarse en el marxismo.
La fechitización de las fuerzas productivas y el fatalismo resultante,
se encuentra hoy paradójicamente en los profetas del neoliberalismo
y en los sacerdotes del Deutschmark y la estabilidad monetaria.
El neoliberalismo es una poderosa teoría económica cuya estricta
fuerza simbólica, combinada con el efecto de la teoría, redobla
la fuerza de las realidades económicas que supuestamente expresa.
Sostiene la filosofía espontanea de los administradores de las grandes
multinacionales y de los agentes de la gran finanza, en especial
los agentes de Fondos de pensión. Seguida en todo el mundo por políticos
nacionales e internacionales, funcionarios oficiales y especialmente
por el mundillo de los periodistas tradicionales –todos mas o menos
igualmente ignorantes de la teología matemática subyacente– se esta
transformando en una creencia universal, en un nuevo evangelio ecuménico.
Este evangelio, o más bien la vulgarización gradual que se ha hecho
a nombre del liberalismo en todos los lugares, está confeccionada
con una colección de palabras mal definidas –"globalización", "flexibilidad",
"desrregulación" y otras– que, a través de sus connotaciones liberales
e incluso libertarias pueden ayudar a dar la apariencia de un mensaje
de libertad y liberación a una ideología que se piensa a si misma
como opuesta a toda ideología.
De hecho, esta filosofía tiene y reconoce como su único objetivo
la permanente creación de riqueza y, más secretamente, su concentración
en manos de una minoría privilegiada, y por lo tanto conduce un
combate por cualquier medio, incluso la destrucción del medio ambiente
y el sacrificio humano, contra cualquier obstáculo a la maximización
de las ganancias. Seguidores del laisser-faire, como Thatcher, Reagan
y sus sucesores ponen cuidado en la práctica no del laisser-faire
sino, al contrario, en dar mano libre a la lógica de los mercados
financieros para llevar adelante una guerra total contra los sindicatos,
contra las adquisiciones sociales de los últimos siglos, en una
palabra, contra todas las formas de civilización asociadas con el
estado social.
Juzgar por los resultados.
La política neoliberal puede ser ahora juzgada por sus resultados,
que son claros para todos, a pesar de los esfuerzos para probar
por medio de trucos estadísticos y trampas groseras que Estados
Unidos y Gran Bretaña han alcanzado el pleno empleo. Hay desempleo
masivo. Los trabajos que hay son precarios, la permanente inseguridad
resultante afecta una creciente proporción de la población, aun
en las clases medias. Hay una profunda desmoralización ligada al
colapso de la solidaridad elemental, especialmente en la familia
y todas las consecuencias de este estado de anomia: delincuencia
juvenil, crimen, drogas, alcoholismo, la reaparición en Francia
y en otros lugares de movimientos políticos de corte fascista. Y
hay una destrucción gradual de las adquisiciones sociales y cualquier
defensa de estas es denunciada como conservadurismo pasado de moda.
A esto podemos sumar ahora la destrucción de las bases económicas
y sociales de las más notables conquistas culturales de la humanidad.
La autonomía de la cual gozaban los universos de la producción cultural
en relación al mercado, que había crecido continuamente por medio
de las luchas de los escritores, artistas y científicos, está cada
vez más amenazada. La dominación del "comercio" y de "lo comercial"
sobre la literatura aumenta día a día, especialmente por medio de
la concentración de la industria de publicidad que está cada vez
más sujeta a las restricciones de la ganancia inmediata. Acerca
del cine, podemos preguntarnos qué quedará del cine artístico experimental
europeo en diez años, a no ser que se haga todo lo posible para
proporcionar a los productores de vanguardia los medios de producción
y más importante aún, de distribución. Todo esto, sin mencionar
los servicios sociales, condenados o a las órdenes directamente
interesadas de las burocracias estatales o empresariales o a ser
estrangulados económicamente.
Se me preguntará ¿cual fue el papel de los intelectuales en todo
esto ? No intentaré hacer un listado –sería muy largo y muy cruel–
de todas las formas omisión o, peor aun, de colaboración. No necesito
mencionar los argumentos de los así llamados filósofos modernistas
y posmodernistas que, no satisfechos con enterrarse a sí mismos
en juegos escolásticos, se reducen a la defensa verbal de la razón
y el diálogo racional, o peor aun, sugieren una versión supuestamente
posmoderna pero realmente radical-chic de la ideología del fin de
las ideologías, con toda su condena de las grandes narrativas y
una denuncia nihilista de la ciencia.
Utopismo razonado.
¿Cómo podremos evitar desmoralizarnos en este entorno más o menos
desalentador? ¿Cómo devolveremos la vida y la fortaleza social al
"utopismo razonado" del que habla Ernst Bloch refiriéndose a Francis
Bacon?. Para empezar ¿cómo debemos entender el significado de esta
frase? Otorgándole un riguroso significado a la oposición descrita
por Marx entre "sociologismo" (la pura y simple sumisión a las leyes
sociales) y "utopismo" ( el desafío audaz de estas leyes), Ernst
Bloch describe al "utópico razonable" como quien actúa en virtud
de "el pleno conocimiento conciente del curso objetivo", la posibilidad
objetiva y real de su "época"; a quien, en otras palabras, "anticipa
psicológicamente una posible realidad". El utopismo racional se
define como opuesto tanto al "pensamiento ilusorio que siempre ha
traído descrédito a la utopía" como a "las trivialidades filisteas
preocupadas esencialmente por los hechos". Se opone al "derrotismo
ultimatista" –la herejía de un automatismo objetivista, según el
que las contradicciones objetivas del mundo serían suficientes en
sí mismas para revolucionar el mundo en el cual se dan– y, al mismo
tiempo, al "activismo por sí mismo" , puro voluntarismo basado en
un exceso de optimismo.
Así que contra este "fatalismo de banquero" que pretende hacernos
creer que el mundo no puede ser diferente a lo que es –en otras
palabras, totalmente sometido a los intereses y deseos de ellos–,
los intelectuales y todos aquellos preocupados por el bienestar
de la humanidad tendrán que restablecer un pensamiento utópico con
respaldo científico, tanto en sus metas, que deben ser compatibles
con las tendencias objetivas, como en sus medios, que también deben
ser científicamente examinados. Necesitan trabajar colectivamente
en estudios que puedan impulsar proyectos y acciones adecuados a
los procesos objetivos que se intenta transformar. El utopismo razonado,
como lo he definido, es indiscutiblemente lo más ausente en la Europa
actual. La forma de resistir a esta Europa –la que el pensamiento
de los banqueros intenta hacernos aceptar a toda costa– no es el
rechazo a Europa en sí misma desde una posición nacionalista, como
lo hacen algunos, sino levantar un rechazo progresivo a la Europa
neoliberal definida por bancos y banqueros. Sirve a sus intereses
suponer que cualquier rechazo a la Europa que quieren equivale a
un rechazo a cualquier Europa. Pero rechazando a una Europa definida
y dominada por los bancos, rechazamos el pensamiento de los banqueros
y el proceso que –bajo la cobertura neoliberal– termina haciendo
del dinero la medida de todas las cosas, incluido el valor de los
hombres y mujeres en el mercado laboral y así en todos los terrenos,
en todas las dimensiones de la existencia; un proceso que al establecer
la ganancia como criterio único para evaluar la educación, la cultura,
el arte, la literatura, nos condena a una prosaica civilización
desabrida de "fast food", novelas de aeropuertos y guisos televisivos.
Resistencia europea.
La resistencia a la Europa de los banqueros y la previsible restauración
conservadora, sólo puede ser europea. Y solamente puede ser europea
en el sentido de liberarse de intereses, presunciones, prejuicios
y hábitos de pensamiento que son nacionales y aun vagamente nacionalistas,
siendo realmente una acción de todos los europeos, en otras palabras,
una combinación concertada de intelectuales de todos los países
europeos, sindicatos de todos los países europeos, de las más diversas
asociaciones de todos los países europeos. Es por esto que la tarea
más urgente del momento no es elaborar programas europeos comunes,
sino la creación de instituciones –parlamentos, federaciones internacionales,
asociaciones europeas de esto y aquello: camioneros, editores, maestros
y demás, pero también defensores de árboles, peces, hongos, aire
puro, niños y todo lo demás– en el seno de los cuales pueden ser
discutidos y elaborados determinados programas europeos. La gente
podrá decir que todo esto ya existe, pero yo estoy plenamente seguro
de lo contrario, no es preciso más que mirar la actual situación
de la federación europea de sindicatos; la única corporación internacional
europea que se está construyendo y que posee cierto nivel de efectividad
es la de los tecnócratas, contra la cual no tengo nada que decir,
en verdad sería el primero en defenderla contra las dudas generalmente
estúpidas, nacionalistas o –peor aún– populistas que se ciernen
sobre ella. Finalmente, para no dar una respuesta general y abstracta
a la pregunta por la cual comencé –sobre el papel de los intelectuales
en la construcción de la utopía europea– quisiera decir que contribución
espero hacer personalmente a esta inmensa y urgente tarea. Convencido
como estoy de que los mayores vacíos de la construcción europea
pueden ubicarse en cuatro áreas principales –el estado social y
sus funciones; la unificación de los sindicatos; la armonía y modernización
de el sistema educativo; y la articulación entre la política económica
y la política social– estoy trabajando actualmente, en colaboración
con investigadores de diversos países europeos, sobre la concepción
y construcción de las estructuras organizativas esenciales para
llevar a cabo la investigación comparativa y complementaria necesaria
para aportar al utopismo en estas cuestiones su carácter razonado,
especialmente, por ejemplo, esclareciendo los obstáculos sociales
hacia una europeización real de instituciones tales como estado,
sistema educativo y sindicatos.
Un proyecto especialmente querido por mí, se refiere a la articulación
entre la política económica y lo que llamamos política social, más
precisamente, los efectos sociales y los costos de la política económica.
Incluye el intento de encontrar las causas primarias de las diversas
formas de la miseria social que aflige a hombres y mujeres de las
sociedades europeas, lo que casi siempre nos remite a decisiones
económicas. Es una oportunidad para que el sociólogo, a quien corrientemente
no se consulta excepto para remendar la vajilla que rompen los economistas,
aproveche para recordarnos que la sociología puede y debe jugar
un papel inicial en las decisiones políticas que son dejadas cada
vez más en manos de los economistas o dictadas de acuerdo a consideraciones
económicas muy limitadas. A través de una descripción detallada
del sufrimiento causado por las políticas neoliberales –en el mismo
sentido que en La Misere du monde (4)– y por medio de sistemáticas
referencias cruzadas entre, por un lado, los índices económicos
concernientes a la política social de las empresas (ajustes, métodos
administrativos, salarios y demás) y, por otro lado, los índices
de tipo más evidentemente social (accidentes industriales, enfermedades
ocupacionales, alcoholismo, utilización de drogas, suicidio, delincuencia,
crimen, violaciones, y demás). Me gustaría plantear la pregunta
acerca de los costos sociales de la violencia económica y por lo
tanto intentar diseñar las bases para una economía del bienestar
que tenga en cuenta todas las cosas que, la gente que dirige la
economía y los economistas, excluyen de los cálculos más o menos
imaginarios en cuyo nombre pretenden gobernarnos.
Por lo tanto, para concluir, sólo quiero formular la pregunta que
debe estar en el centro de cualquier utopía razonada concerniente
a Europa: cómo creamos una Europa realmente europea, una que esté
libre de toda dependencia de cualquiera de los imperialismos –comenzando
por el imperialismo que afecta la producción y la distribución cultural
en particular, vía las restricciones comerciales. Liberada también
de todos los residuos nacionales y nacionalistas que aun impiden
que Europa acumule, aumente y distribuya todo lo que es más universal
en la tradición de todas naciones que la componen. Para terminar
con un lugar totalmente concreto del "utopismo" razonado, permítaseme
sugerir que esta cuestión, para mí crucial, sea incluida en el programa
del Centro Ernst Bloch y el de la organización internacional de
"utópicos reflexivos" que en él podría constituirse.
PIERRE BOURDIEU.
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