LA IZQUIERDA
ARREPENTIDA. (Rossanna Rossanda).
La perspectiva de una Europa moderadamente social fue breve. El
rigor de los acuerdos de Maastricht, las restricciones del gasto
público y la desocupación creciente llevaron primero a Italia, luego
a Gran Bretaña y a Francia y finalmente hace cinco meses a Alemania
a interrumpir el liderazgo liberal. Berlusconi y Juppé duraron menos
de un período legislativo. Major no aguantó más y tampoco el carisma
del canciller Kohl lo logró. En un período de tres años, las izquierdas
estaban en el gobierno de los más grandes países de la Unión Europea.
Pero la diversificación entre el liberalismo y las políticas económicas
reguladoras se reabría en su interior. En Gran Bretaña, Tony Blair
proponía el New Labour, una actualización del thatcherismo, y en
Italia Massimo D’Alema lo miraba con interés. Una vez que el euro
se logró, las divisiones se precipitaron. Massimo D’Alema mandó
al diablo de buena gana a Refundación Comunista y saludó tibiamente
la victoria, después de catorce años, del SPD de Schroder y Lafontaine.
Apenas la patronal trató de dividirlos, Blair y D’Alema vinieron
volando a darle una mano. La prensa italiana ni siquiera tomó nota
del ataque directo a Lafontaine, el hombre a vencer, porque mantenía
todavía “un modelo social europeo” que le gustaba a Rolf Darhendorf
y le gusta a Jean Fitoussi. Ese modelo estaba terminado, Europa
debía mirar al tipo de sociedad de los Estados Unidos. Pocos días
después Schroder hacía suya la instancia de la patronal, con los
aseguradores de la Allianz a la cabeza, y atacaba frontalmente a
Oskar Lafontaine. Para el trío de las organizaciones patronales,
la Bolsa y la prensa libre, “el hombre más peligroso de Europa”
caía. Y junto con él su tremendo programa: un poco más de impuesto
a la empresa, un poco más de salarios y pensiones, fidelidad con
el acuerdo con los Verdes sobre temas nucleares, un modesto margen
de déficit contra la desocupación creciente.
Oskar Lafontaine cayó a manos del hombre a quien había puesto al
frente de su partido. El enfrentamiento del otro día en la Cancillería
merecería un puesto destacado en una literatura menos anémica que
la actual: recuerda el diálogo entre Bolingbroke y Ricardo II, obligado
a abdicar y alejarse exiliado. El eje Blair-Schroeder-D’Alema venció.
Sus gobiernos harán la política respectivamente de Major, de Amato
en el 1992 y de Kohl. Jospin, aislado, ya comenzó a no hacer más
lo que había prometido; Francia está envuelta entre las megaprivatizaciones
y las megaconcentraciones.
No alcanzan las siglas para darle sentido a un gobierno de izquierda
a fin de siglo. Una vez que ella haya comprendido el concepto que
la única medida de la economía es el mercado competitivo, y que
el Estado no debe reglamentarlo, que el trabajo es una mera función
de la empresa y sus derechos son cadenas a vencer, la política reformista
más moderada se hace imposible. No porque, como se dice, la economía
destruya como una fatal avalancha de los fundamentos de la política:
porque la izquierda, apenas llega al gobierno, elige entregarla.
La fuerza de los mercados está toda en el terreno que le es concedido,
día a día, metro a metro. Desde 1989 en adelante, las izquierdas
se avergüenzan de ser tales. Italia, por haber tenido el Partido
Comunista más grande, es la más vehemente en el arrepentimiento.
A este paso, en breve tiempo cada una de sus funciones se extinguirá.
Dentro de un año en Italia, el PDS se ahogará en el pantano de un
partido democrático, donde será difícil discernir la diferencia
entre D’Alema y Prodi, que se disputarán la hegemonía. No son tiempos
de bonanza los que se esperan.
Rossanna Rossanda. |